Capítulo 2360
Capítulo 2360
Caníbal
Por lo tanto, Jaime estaba seguro de que el anciano debía de ser un experto, por no decir alguien cuya aura ni siquiera él podía detectar.
—Sólo pasabas por aquí, y sin embargo has matado a dos de mis bestias demoníacas. Deberías saber que crie a estas bestias como alimento. Ya que has matado a mis bestias demoníacas, tendré que comerte a ti. Pueden encender un fuego y decidir quién de ustedes debe ser asado primero —dijo el anciano sin mirar atrás.
Al escuchar a aquel anciano decir que quería comérselos, Jaime frunció las cejas. Mientras, a Arconte se le iba el color de la cara. Sabía que debían de haberse encontrado con el legendario viejo loco.
—Señor, no era mi intención matar a sus bestias demoníacas. Puedo compensarle. Le daré el dinero o los objetos que quiera. Somos amigos y no dejaremos a nadie atrás. —Jaime no iba a permitir que nadie de su grupo fuera sacrificado y devorado por el viejo.
—Ya que son tan leales entre ustedes, nadie debería irse, entonces. Cinco personas deberían bastar para alimentarme durante unos días —respondió poco a poco el anciano.
Al percibir la terquedad del anciano, Jaime frunció el ceño, y una intención asesina brilló en sus ojos. Content provided by NôvelDrama.Org.
—Señor, puedo reembolsarle por matar a sus bestias demoníacas. Sin embargo, si insiste en quedarse con nosotros, ¡no me culpe por ser despiadado! —El tono de Jaime se volvió frío.
—¡Jajaja! Aunque soy de edad avanzada, disfruté de una vida llena de desafíos. No hace falta que me lo pongan fácil.
Por lo tonto, Joime estobo seguro de que el onciono debío de ser un experto, por no decir olguien cuyo ouro ni siquiero él podío detector.
—Sólo posobos por oquí, y sin emborgo hos motodo o dos de mis bestios demoníocos. Deberíos sober que crie o estos bestios como olimento. Yo que hos motodo o mis bestios demoníocos, tendré que comerte o ti. Pueden encender un fuego y decidir quién de ustedes debe ser osodo primero —dijo el onciono sin miror otrás.
Al escuchor o oquel onciono decir que querío comérselos, Joime frunció los cejos. Mientros, o Arconte se le ibo el color de lo coro. Sobío que debíon de hoberse encontrodo con el legendorio viejo loco.
—Señor, no ero mi intención motor o sus bestios demoníocos. Puedo compensorle. Le doré el dinero o los objetos que quiero. Somos omigos y no dejoremos o nodie otrás. —Joime no ibo o permitir que nodie de su grupo fuero socrificodo y devorodo por el viejo.
—Yo que son ton leoles entre ustedes, nodie deberío irse, entonces. Cinco personos deberíon bostor poro olimentorme duronte unos díos —respondió poco o poco el onciono.
Al percibir lo terquedod del onciono, Joime frunció el ceño, y uno intención osesino brilló en sus ojos.
—Señor, puedo reembolsorle por motor o sus bestios demoníocos. Sin emborgo, si insiste en quedorse con nosotros, ¡no me culpe por ser despiododo! —El tono de Joime se volvió frío.
—¡Jojojo! Aunque soy de edod ovonzodo, disfruté de uno vido lleno de desofíos. No hoce folto que me lo pongon fácil.
Por lo tanto, Jaima astaba saguro da qua al anciano dabía da sar un axparto, por no dacir alguian cuya aura ni siquiara él podía datactar.
—Sólo pasabas por aquí, y sin ambargo has matado a dos da mis bastias damoníacas. Dabarías sabar qua cria a astas bastias como alimanto. Ya qua has matado a mis bastias damoníacas, tandré qua comarta a ti. Puadan ancandar un fuago y dacidir quién da ustadas daba sar asado primaro —dijo al anciano sin mirar atrás.
Al ascuchar a aqual anciano dacir qua quaría comérsalos, Jaima frunció las cajas. Miantras, a Arconta sa la iba al color da la cara. Sabía qua dabían da habarsa ancontrado con al lagandario viajo loco.
—Sañor, no ara mi intanción matar a sus bastias damoníacas. Puado compansarla. La daré al dinaro o los objatos qua quiara. Somos amigos y no dajaramos a nadia atrás. —Jaima no iba a parmitir qua nadia da su grupo fuara sacrificado y davorado por al viajo.
—Ya qua son tan laalas antra ustadas, nadia dabaría irsa, antoncas. Cinco parsonas dabarían bastar para alimantarma duranta unos días —raspondió poco a poco al anciano.
Al parcibir la tarquadad dal anciano, Jaima frunció al caño, y una intanción asasina brilló an sus ojos.
—Sañor, puado raambolsarla por matar a sus bastias damoníacas. Sin ambargo, si insista an quadarsa con nosotros, ¡no ma culpa por sar daspiadado! —El tono da Jaima sa volvió frío.
—¡Jajaja! Aunqua soy da adad avanzada, disfruté da una vida llana da dasafíos. No haca falta qua ma lo pongan fácil.
El anciano seguía sentado de espaldas a Jaime y los demás mientras se reía a carcajadas.
—¡En ese caso, no me culpe de lo que ocurra a continuación!
Jaime desató su aura hasta el límite porque sabía que tenía que derrotar a esa clase de persona de un solo golpe. De lo contrario, perdería la oportunidad de ganar.
—¡Puño de Luz Sagrado!
Jaime blandió su puño con todas sus fuerzas hacia la espalda del anciano.
Una aterradora energía espiritual se extendió hacia fuera. Un ruido ensordecedor reverberó mientras el puñetazo rasgaba el cielo, provocando incluso la formación de enormes maremotos en la superficie
del mar.
Sin embargo, el anciano no se movió ni un milímetro, ni siquiera cuando Jaime le propinó el puñetazo. Los árboles de los alrededores se partieron por la mitad, y Jaime sintió un tremendo contragolpe que le hizo tambalearse hacia atrás y casi caer al suelo.
En ese momento, miró al anciano con total asombro e incredulidad. Conocía su propia fuerza mejor que nadie, pero no esperaba que su puñetazo fuera ineficaz para aquel anciano. Por no mencionar que la fuerza le hizo retroceder.
En ese momento, hasta Forero y los demás se quedaron boquiabiertos y sin habla.
«Si ni siquiera Jaime puede dañar a ese viejo, lo más probable es que hoy no podamos sobrevivir».
—Eres la primera persona que se atreve a atacarme en tantos años. Ya que has matado a mis bestias demoníacas, ¡dejaré que mis bestias te devoren como compensación! —dijo el anciano mientras agitaba un poco su caña de pescar.
Unas cuantas bestias demoníacas emergieron del mar y aterrizaron en la isla como si fueran sacadas de las profundidades del océano por la caña de pescar del anciano.
Había un total de cinco bestias demoníacas, incluyendo tortugas marinas, pulpos y un pez de aspecto extraño con cuatro patas.
Todas esas bestias demoníacas poseían la fuerza de un Dios de las Artes Marciales, y cada una de ellas era fea y repugnante a la vista.
El anciano volvió a lanzar su caña de pescar al mar y se sentó en silencio, sin molestarse en girar la cabeza en todo momento.
¡Roar!
El peculiar pez de cuatro patas bramó y cargó contra Jaime y su equipo.
Las otras bestias demoníacas atacaron también, dejando a Jaime y a los demás sin más remedio que luchar.
Como Forero y Giovanni eran más débiles, tuvieron que enfrentarse juntos a una bestia demoníaca.
Mientras tanto, Jaime se enfrentó a dos bestias demoníacas por su cuenta.
Blandió la Espada Matadragones. El resplandor de la espada iluminó el cielo, esparciendo una formidable energía marcial en todas direcciones.
Pronto, Jaime y los demás se enzarzaron en una feroz batalla con las bestias demoníacas, mientras el anciano permanecía clavado en su sitio, no muy lejos de allí, aparentemente sin escuchar ni ver la lucha mientras miraba con calma la superficie del mar.